Hace unas semanas, después de desayunar con mi madre, abrí el ropero de la abuela en busca de nuevas fotos que no hubiese visto ya. En lugar de eso encontré una caja metálica alemana de té que siempre había ignorado porque era exacta a otra caja metálica alemana de té que ya me sabía de memoria. Su contenido era un popurrí de mis abuelos y mi tita: postales de mi tío, mi padre, y las que enviaban los abuelos durante sus viajes gracias a las ofertas de Astilleros; todas escritas por mi abuela y en las que contaba lo que habían comido, las horas que quedaban hasta la siguiente comida, los kilómetros que faltaban hasta la siguiente ciudad y la temperatura que hacía. En la caja también había libros de Corín Tellado, algunos Ama Rosa y cualquier cosa que vendiera Bruguera. Cuadernillos para aprender ganchillo. Una almohada de viaje que no comprobé si seguía en su caja. Un libro sobre la impotencia. Un tarjetero. Un pequeño estuche metálico donde el abuelo guardaba una jeringuilla de cristal que se llevaba a las minas, porque al parecer no sólo era electricista sino que también ejercía de practicante. Y un bloc de notas que debió regalar la farmacia al comprar Voltarén Emulgel. Esto último fue lo que llamó más mi atención, ya que en mi familia somos mucho de acumular cosas, pero esa no me encajaba entre el resto del contenido.
Abrí el bloc por la mitad y comencé a leer. Parecía mío pero no reconocía la letra, aún estaba en esa fase en la que andas cogiendo de aquí y de allá y no sabes si los puntitos van a ser círculos, las A mayúsculas triángulos y las n tirando hacia arriba o hacia abajo como vueltas del revés. Lo que me sacó de dudas fue la segunda página (habría sido más fácil empezar por ahí, lo sé). En ella estaban anotadas las medidas de mi cintura y cuadril.
Para ponerlo en perspectiva, la niña obsesionada con su cuerpo era esta de aquí arriba y no puedo explicar lo triste que me sentí al leer esas medidas que hizo regresar a mí todo el complejo que sentía. Quería meterme en el bloc para abrazar a esa niña de 12 años que se veía tan horrible y decirle que en absoluto lo era. Que era una niña bonita porque era muy buena y no merecía sentirse así. Nadie merece sentirse así.
Esa niña había escrito un cuento de fantasmas en el cuaderno. Era lo que más me gustaba escribir y de lo que no conservo casi nada, así que este hallazgo fue una sorpresa a pesar de que el cuento no esté terminado spoiler alert. En la primera página se ven anotaciones para la maquetación y en las últimas bocetos de cómo iba a ilustrarlo.
El cuento se desarrolla en el barrio de Santa Cruz tal y como yo lo conocía. Un barrio al que el colegio nos llevaba de paseo cada año, con patios que me obsesionaban como éste del callejón del Agua. Las fotos de abajo son de una de esas excursiones y del mismo año que escribí el cuento, que era mi forma pobre de manifestar vivir allí.
Mientras escaneaba las páginas del bloc, me llamaron para aparecer en un documental sobre el mejor diseñador gráfico que ha tenido Andalucía, profesor y mentor mío. Pensé que estaría bien estrenar un vestido de lino con dibujos parecidos a los que él hace, me pareció un detalle de lo más apropiado para ese momento. Poco después, la productora me envió un mensaje avisando de que tras la entrevista, rodarían varias tomas de recurso haciéndome caminar para un lado y para el otro y esas cosas que quedan un tanto impostadas en los documentales pero rellenan muy bien. Lo siguiente que pensé es que debía salir corriendo a comprar una faja para ese vestido, ya que no le iba a permitir a mi culo aparecer tal cual en Canal Sur.
Vale que una faja no es una prenda muy sexy, pero esa mañana me sentí la persona más horrible del mundo frente al espejo del probador. No sabía que había aumentado tanto de talla (según la marca, necesitaba dos más de la que normalmente usaba) y mi cuerpo estaba como envasado al vacío en cualquier modelo de faja que probase. La luz del probador no ayudaba nada. ¿De verdad yo era así? ¿Estaba dejándome ir? Me llevé dos fajas de diferentes niveles de embutido sin volver a mirarme al espejo y mientras planchaba el vestido en casa, decidí parar y cambiarlo por otro más llamativo que centrara la atención en su estampado en lugar de en mí.
Para ponerlo en perspectiva, tengo una talla 34 y treinta años después de lo escrito en ese bloc, la imagen que devuelve el espejo sigue produciendo las mismas inseguridades porque así es el círculo vital del que no podemos salir muchas mujeres.
Cosillas
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En Mince, une injonction ! Delphine Saltel explora la tiranía de la delgadez a la que estamos sometidas desde pequeñas y cómo romper con ella.
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La yassificación de la Virgen de la Esperanza Macarena es algo que pensé que no viviría, pero en esas estamos, niñas, ni las vírgenes se salvan.
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Kylie Minogue lanzó Spinning around en el 2000 y ahora esos shorts dorados que encontraron en un mercadillo forman parte de un museo. Recuerdo a la perfección que cuando se lanzó el videoclip, todos los titulares se resumían en: «Guau, ¿cómo una mujer de esta edad puede estar aún tan buena?». Tenía 32 años.
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Lo único que puede (y debe) regresar de los ‘90, especialmente los puntos 1, 7, 8 y 9.
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En el barrio de Santa Cruz ya solo viven cuatro familias, pero hace mucho tiempo fue ese lugar maravilloso que inspiró óperas a Mozart, Bizet y Rossini.
❤️ Abracito, Nazaret Escobedo G.
Ver a una niña pequeña tomarse las medidas de su cuerpo es una de esas cosas que me dan ganas de salir a la calle a quemar contenedores y sucursales de Zara. 😌
Le mando un abrazo a esa niña. 💜
Ay, qué estética más bonita tienen siempre tus posts. Esa caja de recuerdos maravillosa y esa letrita tan mona. Me ha gustado mucho el escrito, no conocía el Callejón del Agua, parece muy bonito. Me encanta el enlace a las modas de los 90 que deberían volver, creo que coincido contigo en mis favoritas (me he tenido que guardar la foto de Sarah Michelle Gellar porque me ha parecido un fotón). ¡Buen domingo! ✨