Sé que los domingos mi madre siempre responderá al teléfono desanimada. Está jubilada desde hace algunos años y no ha salido de casa desde entonces, pero eso no impide que perciba el cambio en las rutinas de los demás, lo que le afecta sobremanera.
Con el tiempo comprendí que me recargo de energía con el sonido del trasiego de entre semana. Las señoras poniéndose al día mientras hacen sus mandaos, los comerciantes abriendo sus tiendas, los saludos de una calle a otra, los niños lloriqueando porque no quieren ir al cole, la cucharilla rebotando en el plato que sostiene un café hirviendo. Los sonidos de una mañana laboral me recuerdan que estoy viva y sospecho que a mi madre debe sucederle lo mismo.
Soy consciente de que esto es una consecuencia de la rueda capitalista en la que estamos subidas. Odio el trabajo, odio tener que trabajar para poder vivir, pero sufro una especie de síndrome de Estocolmo con los sonidos que lo envuelven, y necesito empaparme de ellos para enfrentarme a la jornada. Ya frente al ordenador, me pongo unos auriculares con cancelación de ruido para escuchar una película, una serie, una canción, un podcast o cualquier otra cosa mientras trabajo. No seré yo quien esté pendiente del mensajero o el de Tecnocasa preguntándome, con sus pantalones apretados, si quiero vender este piso en el que vivo y que no es mío.
Así suenan los viernes por la mañana cuando caminas por el mercadillo de Los Carteros:
Viví más de veinte años en un piso con un problema en la cornisa del edificio, que provocaba que el agua se filtrase cada vez que llovía. Desde entonces, solo disfruto del sonido de la lluvia y las tormentas si ocurren durante el día. Si el chaparrón es nocturno, me despierto sobresaltada pensando que debo correr al salón para poner cubos que recojan el agua. Lo que es relajante para algunas puede llegar a ser muy estresante para otras.
Al final de la calle de ese piso había una parroquia cuyas campanas formaban parte de mi rutina. Aunque no soy religiosa, siempre me detengo a escuchar su mensaje cada vez que se cruzan en mi camino.
Así suena la llamada a misa desde el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad (Cantillana) un día que había obras cercanas:
El canto de los mirlos exaspera a muchos porque comienzan los primeros y se aseguran de que todos escuchen bien sus melodías. Cuando te despierten, trata de no enfadarte demasiado y piensa que eres una privilegiada: esa canción que oyes es única. Es lo que me repito cada mañana cuando tengo al mío proyectando la voz con todas sus fuerzas, prácticamente en mi cara.
Este mirlo de la grabación no es el mismo que me visita a diario (puedo distinguirlo por su canción), pero compartió numerosos amaneceres con mi perro Panchito y conmigo, cuando él deambulaba desorientado y salía a la terraza a mirar al infinito debido a su deterioro cognitivo. Falleció un mes después de este canto.
Así suena el amanecer desde mi hogar:
Es curioso, pero uno de los sonidos que más lograba relajarme era su ronquido. Así sonaba Panchito durmiendo sobre mí, bien arropadito en el sofá:
Una noche de primavera de 2017, mi padre me dio una grabadora digital realmente mala y me pidió que la pusiera a grabar durante toda la noche. Escondí ese pequeño objeto en un árbol y me fui a dormir. No estoy segura de qué esperaba encontrar él en esos audios, pero yo nunca los escuché hasta hace unos días y obtuve justo lo que imaginaba.
De las más de once horas de grabación, armé un recopilatorio con lo destacable, sin mejorar la calidad del sonido. Comienza con mi hermano sonándose la nariz en plena madrugada, a unos treinta metros de donde estaba la grabadora (cosa realmente admirable). Luego se oyen maullidos que se confunden con llantos de bebés intercalados con ladridos, el aterrizaje del último avión del día en el aeropuerto, lo que podría ser un mochuelo, gallos que empiezan a cantar a las tres de la mañana y no paran, lo que claramente es un mochuelo, el aterrizaje del primer avión del día, más gallos, mirlos despertando, carboneros, gorriones juguetones, un estornino y un petirrojo. En el ruido de fondo se escuchan camiones transitando por la Autovía del Sur, pero supongo que eso solo lo reconozco yo.
Cosillas
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Una madre que se queda en Bruselas, una hija que se va a Nueva York para abrirse paso: News from home de Chantal Akerman.
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Alexis Moyano creó esta animación de más de dos horas, de un perrito volando por el espacio que levanta la vista de su lectura para escuchar un cover de Spinetta.
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Los efectos sonoros creados por el equipo liderado por Jimmy MacDonald, para las viejas producciones de Disney.
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Este artículo de Laura Hojmann habla sobre la importancia del silencio: Quien se pierde el valor de los silencios, se pierde el mundo.
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Godfrey Reggio dirigió la trilogía de películas experimentales Qatsi, en las que observa con muy buen ojo esta vida loca. Aquí la primera: Koyaanisqatsi (1982).
❤️ Abracito, Nazaret.
A lo mejor te gustaría este libro: "Silence in the Age of Noise", de Erling Kagge. Creo que está traducido al español.
Vaya viaje, Nazaret. Leerte a la vez que escuchas esos audios 🤎 Mi favorito 🐾