«Quedan siete meses y 13 días para que un planeta desconocido colisione con la Tierra. ¿Qué haréis hasta entonces?». Esta es la premisa de ‘Carol & The End Of The World’ una mini serie de animación que ya está en lo más alto de mis favoritas. El diseño de personaje te atrapa desde el cartel y a medida que avanzas en la historia, descubres unos episodios de planos impecables que acompañan al desarrollo de una trama con múltiples capas que te deja pensando unos cuantos días. El hecho de que la protagonista sea una sencilla mujer de 42 años es un plus absoluto porque amigos: cuarentonas esiten.
Haber vivido una pandemia mundial nos puede servir para medir el pulso de lo que nos esperaría. Que se terminará el papel higiénico, habrá saqueos, violencia y personas que se volverán locas presas del pánico ni cotiza, pero vamos a saltarnos toda esa parte y a pensar que seremos medianamente civilizados (no va a pasar).
Lo primero a lo que nos vamos a enfrentar es a gente que nos va a decir cómo tendremos que vivir nuestros últimos meses de vida directa o indirectamente. Salto en parapente, viajar en globo, aprender surf, conducir un descapotable. ¿Qué haces leyendo un puto libro pudiendo nadar con tiburones?
«No hay absolutamente nadie que no la tenga. Esa ansia por hacer más, por ser más, por vivir más. Todos la tenemos».
Desde pequeña suelo planificar cómo escapar de sitios por si sucede una catástrofe (cada una tiene sus hobbies). Mi mejor amiga y yo veíamos claro que si algo sucedía mientras jugábamos a la Master System II, huiríamos de su cuarto a través de la ventana descendiendo tres plantas por los cordeles de la ropa. Con esto quiero decir, además de que no lo probamos y por eso sigo aquí, que estoy mentalmente preparada para que un planeta desconocido vaya a destruirnos en breve. Tengo varias listas por las que empezaría a plantearlo, pero mientras las observo no dejo de hacerme la pregunta: ¿qué es vivir más?
El dinero no valdría nada pero marcaría la diferencia en todo. ¿Tenemos ahorrado lo suficiente como para mandar el trabajo a la mierda? Puede que no. ¿Tu anciano casero va a perdonarte esos meses de alquiler? Confío en que una presentación de 50 pantallas llenas de memes de animalitos servirán para convencerlo.
Carol ama su rutina y es lo que disfruta más que nada en este mundo, pero esas acciones cotidianas estarán peor vistas que nunca y así nos lo harán saber constantemente. A ojos de los demás, escapar de ella será escapar del aburrimiento, sin embargo, mis plantas se secarían si no las regase, mi mirlo salvaje seguiría pidiendo los gusanos que le escondo cada noche en la frondosa jardinera, el señor al que se los compro a dos barrios del mío tendría que continuar vendiéndomelos y para eso, la marca belga que los comercializa debería seguir criándolos y envasándolos. Si alguien rompiese esa cadena, es bastante probable que mi mirlo salvaje tuviera que buscarse la vida como hacía antes de conocernos. Su comportamiento de absoluto caprichoso le llevaría a destrozarme las macetas y ya habría menos por regar, pero no volvería para cantarme cada tarde en la terraza. Romper con la rutina desencadenaría cambios que igual desestabilizan nuestro confort y salir de esa zona es una mierda por mucho que el jurado de OT diga lo contrario.
Hace 260 palabras mencioné lo de mis listas y esta colección en mis guardados de Instagram es la menos humillante que tengo. Un agujero con forma de rata en una calle de Chicago, la catedral de Justo, David Byrne, un picozapato, un desfile de gansos, murmuraciones de estorninos, Socotra... Una vez cubiertas las necesidades básicas se me antoja muy problema del primer mundo pensar en que no puedo morirme sin viajar a Japón y ver un picozapato, porque en realidad sí que puedo y es más, podría darse que viajo al zoo japonés en el que está y encontrármelo dormido, como ya me pasó con el capibara del CosmoCaixa de Barcelona.
«Libre para ser tu mejor versión. Para encontrar la ola perfecta».
¿Sentirán las personas que alcanzaron sus metas personales menos miedo a la muerte? ¿Buscarán también la realización en esas experiencias fugaces que parecen llenarnos por momentos o simplemente se sentarán a observar los pájaros mientras disfrutan de un té?
En ‘Carol & The End of the World’ se retrata de forma tan delicada a cada personaje que empatizas con las decisiones que tomaron a lo largo de sus vidas y durante sus últimos meses. Pobre David. Qué grande eres, Luis Felipe Jacinto. Hiciste lo que pudiste, Donna. Todo va a salir bien, Carol. Encontrar la ola perfecta no será lo mismo para ti que para mí, pero si quedasen siete meses de vida, pensaría en las cosas que me llenan realmente y dudo que en mi caso la joie de vivre sea cuestión de viajar mucho, hacer mucho y ver mucho. ¡Cómo si no hubiese llorado en otros países!
El mundo va a pensar todavía más de forma individualista y crear comunidad se me ocurre que puede ser una buena forma de vivir mejor. Desayunos largos, estar con los amigos y generar buenos momentos con los seres que quieres y que te quieren amortiguaría el impacto. ¿Moriría tranquila sin conocer Nueva York? Sí. ¿Moriría en paz sin volver a dormir abrazada a un perrito? No.
Cosillas
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Kal Athannassov, Brendan Merien y Elle Michalka son tres de los muchos artistas detrás del increíble trabajo de ‘Carol & The End Of The World’.
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‘Vamos a morir todos’ escrito por Emily Austin y traducido por Julia Viejo, es un libro con unos personajes tan carismáticos que te enganchan a la historia de inmediato. Mis favoritas: Grace y Rosemary.
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Un cartero jubilado descubre que un precioso ratoncito le ordenaba sus cosas cada noche y decidió ponerle nombre porque ya es uno más.
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Su marido lleva tres años imprimiéndole un recopilatorio de las imágenes que se envían por WhatsApp sin contexto alguno. El primero fue este.
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Empezó alimentando a los pájaros y ahora les plantea retos que tienen como resultado unos vídeos divertidísimos: “The crows are here”.
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Creo que el Hammond proporciona el punto justo de psicodelia perfecto para acompañar un apocalípsis.
Hasta dentro de unos días.
❤️ Bisous, Nazaret.
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Vaya golpe de realidad por lo acostumbrados que estamos a lo cotidiano.