Ricky Fitts es un adolescente que acaba de mudarse junto a sus padres a la casa de al lado de los Burnham. La primera vez que lo vemos está grabando a escondidas a sus vecinos (especialmente a Jane) y a partir de ahí se construye un personaje por el que sobrevuela constantemente la enfermedad mental. Estoy hablando de American beauty (1999).
Durante un paseo, Ricky le confiesa a Jane que una vez grabó a una vagabunda que acababa de morir y ella le pregunta por qué lo hizo:
—Cuando ves algo así es como si Dios te estuviera mirando por un segundo, y si tienes cuidado, le puedes devolver la mirada.
—¿Y qué ves? —pregunta Jane.
—Belleza.
≪Pretensiones artísticas de un adolescente desquiciado≫, comenta alguien en YouTube acerca de la icónica escena de la bolsa de plástico, que Ricky graba durante quince minutos porque siente que está bailando con él. Con los ojos vidriosos le dice sobre ella a Jane: ≪Ese día fue cuando me di cuenta que había una vida entera detrás de las cosas y una fuerza increíblemente benévola que quería decirme que no hay razón para tener miedo jamás. Ya sé que el vídeo no captó todo eso, pero me ayuda a recordarlo. Necesito recordar. A veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo aguanto y que mi corazón se está derrumbando≫.
A lo largo de la película a Ricky le llaman freak y psicópata obsesivo varias veces. Cuando conseguimos comprenderle y ver su lado más bello, nos recuerdan que le dio una paliza de muerte a un compañero que se burló de su pelo. Al igual que pasaba con Nino Quincampoix en Amelie (2001), esa sensibilidad por apreciar las pequeñas cosas no podía venir de una persona normal, sino de un tipo raro y un loco de la vida. Diagnosticado o no. Pero con menos John Wilson te construye una temporada de seis episodios para How to with John Wilson (2020) y conseguirá hacerte llorar cada vez que veas una aspiradora. Porque no se trata del qué sino del cómo.
Werner Herzog viajó a la Antártida durante un verano austral para rodar la película Encounters at the end of the world (2007). En la estación de McMurdo, la más grande de allí, viven unas mil personas que son el verdadero motivo de su interés. Unos ≪soñadores profesionales≫ que llegaron al Polo Sur por las razones más variopintas y a los que observa con el mismo entusiasmo que esos científicos ponen en sus icebergs.
Aunque deja claro a la National Science Foundation que esta película en ningún momento va a ser un documental sobre pingüinos suavecitos, mi momento favorito es junto a ellos. En la colonia del cabo Royds vive el Dr. David Ainley, un ecologista marino que estudia a pequeños mamíferos marinos desde hace más de treinta y cinco años. Cuando se hizo la película llevaba observándolos casi veinte y fue descrito como ≪un hombre taciturno que, en su soledad, ya no hablaba mucho con los humanos≫. Haciendo un esfuerzo por mantener la conversación con él, Herzog le plantea dos preguntas sobre pingüinos: si es cierto que tienen conductas homosexuales y si existe la locura entre ellos. Aplicando las mismas prohibiciones de interacción que tienen con la fauna, Herzog no interfiere y se engrandecen los silencios tras sus preguntas. En ellos se muestra la fragilidad del entrevistado: Jesús Quintero vibes. Mientras tanto, un pingüino decide abandonar la colonia y huye hacia las montañas sin que nadie se lo impida.
Stefan Pashov es un filósofo que ahora conduce un montacargas en McMurdo y mantiene con Herzog una de las conversaciones más interesantes de la película mientras se escucha de fondo un coro de hombres que hacen cantos guturales. Stefan le habla sobre ese dicho del filósofo Alan Watts que decía que a través de nuestros ojos el universo se percibe a sí mismo, a través de nuestros oídos el universo escucha su armonía cósmica y nosotros somos los testigos a través de los cuales el universo adquiere conciencia de su gloria y magnificencia. Lo que viene a ser la bolsa de plástico bailando durante quince minutos para nosotros.
Hace muchos años, durante un descanso para el almuerzo, comenté a una de mis compañeras de trabajo que una de las cosas que más me gustaba hacer era pasear. Ella me miró como si hubiera dicho lo más extraño del mundo y a continuación quiso saber más, sobre todo por qué lo hacía y para qué lo hacía. Mi compañera no entendía que el propósito era el acto en sí mismo y disfrutar observando mi barrio durante el camino; algo que hacía en soledad pero me unía a la comunidad. ≪Eres muy rara≫, me dijo.
Daguerréotypes (1975) es una película en la que Agnès Varda decidió filmar únicamente los pequeños establecimientos que visitaba cada día en su misma calle, la rue Daguerre del 14e arr. de París. Todo comenzó con Au chardon bleu, una tiendecita muy singular a dos pasos de su casa: ≪Me encantan sus escaparates. Se respira un aire olvidado, un olor de inventario interrumpido. Se llevan exhibiendo los mismos artículos los 25 años que he vivido aquí≫, dice al comienzo de la película.
La idea era grabar a las personas se dieran cuenta o no. Atravesar los escaparates y acompañar a los dependientes en sus rutinas, sus interacciones cotidianas y sus momentos vacíos. ≪La señora “chardon bleu”, con su mansedumbre, me fascina incluso más que la tienda donde su marido hace sus perfumes que vende al por menor≫, dice. Y bien merece convertirse en la madre de la nouvelle vague solo por poder captar unos minutos de su mirada.
En Varda par Agnès (2019), Agnès Varda analiza su filmografía y conversa con la directora de fotografía y camarógrafa Nurith Aviv acerca de esta película en la que trabajaron juntas:
—Cuando decides mirar de cerca algo que puede ser banal, ya no es banal. El mismo acto de mirarlo lo cambia —dice Nurith.
—Nada es banal si filmas personas con empatía y amor, si los encuentras extraordinarios, como yo hice —añade Agnès.
≪Te gustaría mucho Lisboa, está llena de ropa tendida≫, me dijo alguien una vez. ≪Como en tu barrio, chocho≫, pensé, pero no lo pronuncié en alto porque sabía que esa persona me lo decía con la mejor de las intenciones.
Me dio pena que solo recabase en que algo así pudiera ser bello y pintoresco cuando lo veía desde fuera y en un contexto vacacional, pero si lo tenía junto a ella ya resultaba gris y un poco de pobre. Esa persona venía con unas fotos preciosas de la ropa tendida en el barrio de Alfama, pero yo vivía con la tita, que tenía la capacidad de trazarte un perfil psicológico según cómo habías colocado cada prenda en el cordel y las pinzas que usaste para ellas. Sabiduría que traspasó a mí y empleo durante mis paseos por el barrio, confirmando así que estoy rodeada de buenas personas.
Cosillas
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Planeta Solitario es el nuevo libro de Ana Flecha y sin haberlo leído ya sé que nos va a gustar mucho.
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Toda la obra costumbrista del pintor gaditano Pepe Baena Nieto. La realidad del barrio y la sensación de hogar.
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Esta anécdota que John Wilson le contó a Jimmy Kimmel sobre el footage de How to with John Wilson.
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Wille es un artista que, entre otras finuras, hace preciosos tatuajes de ropa tendida.
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En Padre de familia hacen su pequeño tributo a la escena de la bolsa bailarina de American beauty.
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Ojos sobre la mesa es un gouache que pintó la artista Remedios Varo en 1935 y me apasiona.
❤️ Un abrazo, Nazaret.
Maravillosa la de hoy. Quien no haya tenido nunca su momento bolsa-movida-por-el-viento, no ha sentido nunca dentro la belleza.
Elaborar un perfil psicológico a través de la forma de tender es algo que también heredé de mi abuela 😊