Se te ve la canina
Agustina Bazterrica escribió en su libro Cadáver exquisito: ≪No entiendo por qué nos parece atractiva la sonrisa de una persona. Con la sonrisa uno está mostrando el esqueleto≫. Reconozco que no he leído el libro y la frase la vi en Twitter hace varios años. Me dio muchísimo asco y desde entonces no veo mi sonrisa de la misma forma. ¡Con el dinero que ha costado!
Cuando quise recuperar la frase volví a Twitter, hice una búsqueda rápida y encontré que este hombre llevaba dándole vueltas a la misma idea desde 2012, pero él la encontraba bastante atractiva. O eso he entendido. Yo no tengo problemas con que se le vea el esqueleto a los demás (pocas cosas tan bonitas), solo me atormenta el mío.
Fue en clase de Anatomía cuando me vi en ese espejo. Teníamos un modelo anatómico de esqueleto bastante cutre de mi tamaño, con las costillas y pelvis igual de anchas, los brazos y piernas igual de largos y la cabeza igual de grande. Y lo sé porque un día me dediqué a tallarlo con palmos mientras alucinaba contrastando sus medidas con las mías. Ese esqueleto era yo dentro de unos años y también en ese instante, pero con menos cosas por encima.
Ni una sola vez que me haga una radiografía que no piense qué está haciendo eso ahí dentro, aflorando en cada radiación electromagnética y cada vez que abro la boca. Una vez que empiezas a cavilar así no hay vuelta atrás.
Al parecer, estas de aquí, son unas manos perfectamente normales a criterios de esqueleto salvo alguna cosa: se hinchan, retuercen y paralizan de forma aleatoria.
De esto empiezas a darte cuenta cuando las usas de referencia para dibujos y ves que son los mismos dedos que asustan en Llamada perdida. Cuando no puedes cortar algo porque no consigues agarrar los cubiertos. O cuando te tienes que quitar el anillo porque pensabas que crujiéndote los nudillos se iba a aliviar el dolor y resulta que lo que has producido es que tengas los dedos como salchichas jumbo rellenas de queso durante varios días. Las mismas en las que le escondías la medicina a tu perrito y que rechazaba cuando no traían suficiente queso dentro porque era muy exquisito.
El médico especialista que pidió hacerme cuarenta radiografías y analizarme sesenta tubos de sangre (medidas aproximadas), me dijo seis meses antes (unidad de tiempo exacta) que documentara con fotos cualquier anomalía que sufriera mi pocho cuerpo. En la consulta le mostré la carpeta que guardaba en mi móvil y describí lo que estaba viendo como si fueran unas vacaciones en Cancún, haciendo zoom para destacar las partes más repulsivas.
—Pues esto te va a pasar ya a lo largo de toda la vida —dijo para animarme.
—¿Y qué hago cuándo me pase?
—Cuando se te vuelvan a hinchar te tienes que venir a la planta baja en horario de mañana. Torcer da igual, solo hinchar.
—¿Y si se hinchan por la noche?
—Se te tienen que hinchar por la mañana.
—Pero yo no controlo eso.
—Por la mañana.
Cosillas
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Jasón, Peleo y Castor luchando contra los siete hijos de la Hidra de Lerna en esta fantasía de stop motion creada por Ray Harryhausen, un tío grande.
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La pintura de Welder Wings que lleva los retratos del romanticismo justo al lugar siniestro que tanto me gusta.
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Esta niña y yo nos partimos el cúbito y el radio más o menos a la vez y desde entonces ahí andamos emparanoiadas con huesos que bailan.
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Grover Krantz, el antropólogo obsesionado con el Bigfoot que estará toda la eternidad abrazado a su perro Clyde. Lágrimas. Por cierto, no mataron al perro para que estuvieran juntos.
✍🏽
Esta frase del tío que hizo el documental Catfish, que es muy de azucarillo pero bueno, razón no le falta.
☕️
El barista ya estaba cansado de motivos florales, corazones y conejitos. Disfrute su latte con extra de calcio.
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Un esqueleto risueño que conservan en la British Library y que cumple otra de mis cosas favoritas del arte: cuando el artista ve que se queda sin papel y deforma el cuerpo para que quepa.
❤️ Abracito castañeante, Nazaret.