Esas canciones que eligen el evento que fijarán en tu cerebro para siempre y harán que vuelvas a él cada vez que suenen, sin importar los años que pasen. Ya sabéis cuáles son, todos tenemos y si intentas hacerlo al revés, casi nunca sale.
No voy a hacer un ensayo sobre el impacto que tiene la música en nosotros (sobre todo durante la adolescencia), porque ya hay mucho y muy bien escrito sobre esto. En mi análisis libre, cada vez que suena la canción que te posee se produce un desdoblamiento espacio-tiempo tipo evento Garnier-Malet. Solo que nunca puedes contactar con tu otro yo: tan solo revivir el bochorno, la tristeza, la alegría y el dolor que sentiste en aquel momento que la canción eligió.
Caribbean Blue en particular y Enya en general (1991).
Hace un mes emitieron el episodio final de Efectos Secundarios, mi serie favorita del año. Tiene un argumento impecable y un desarrollo de los personajes que consigue que te importe todo lo que les pase. Ya sé que esto suena mucho a lo que dije el año pasado de Carol & the end of the world, ¡pero es que Martha Kelly también está en esta serie! La cuestión es que durante el epílogo comenzó a sonar Caribbean Blue y aunque fue un momento muy conmovedor, dejé de estar allí con Marshall, Socrates, Harrington y Copano. Tan pronto empezó la canción, mi mente se fue al gabinete del primer dentista que visité con ocho años, dejando a mi cuerpo sentado en el salón de mi casa.
Me acuerdo del sofá de piel marrón que rascaba con mis uñas de ratita, mientras me intentaba sacar la paleta sin el efecto de la anestesia. Me acuerdo del dentista, el hombre más guapo que había visto nunca: joven de ojos verdísimos y sonrisa maravillosa. Cayeron todos los dientes menos esa paleta porque tuve un tropezón siendo muy pequeña y mi padre hizo lo que cualquier padre habría hecho (no): volver a metérmela en la encía. A esa persona tan guapa le llevó prácticamente todo el álbum Shepherd Moons arrancarme el jodido diente y mientras lo hacía, no entendía cómo podía dañarme tanto a mí, una niñita buenísima. Sufrí mucho, pero lo rebajé ante mis padres porque en mi cabeza nos casaríamos unos años más tarde.
Hormigón, mujeres y alcohol, Ramoncín (1980).
Mi tío favorito venía algunos días en mi busca y comenzaba a cantar: «Litros de alcohol, corren por mis venas, mujer», luego entraba yo a la canción «no tengo problemas de amor», juntos «lo que me pasa es que estoy loco», agitando la cabeza «por privaaaar».
Jamás había escuchado la canción, pero me sabía de memoria la primera parte hasta «una vez más» porque adoraba cantarla con mi tío. Lo curioso de esto es que él era adicto en aquel momento, así que el matiz pasa de lo cómico a lo trágico y viceversa. Como todo en mi vida, vaya.
También tengo muchos recuerdos asociados a él cuando escucho a Los Llopis, Supertramp o Sly & The Family Stone, pero ninguno supera al de Ramoncín.
Maximizing the audience, Wim Mertens (1988).
Losing my religion, R.E.M (1991).
Este recuerdo lo comparten dos canciones y me transportan al día que mis padres nos llevaron a mi hermano y a mí a Monesterio. No recuerdo nada del pueblo, nada del campo, nada del paseo. Mis recuerdos son dentro del coche mirando por la ventanilla: escuchando a la ida una versión breakbeat del tema de Wim Mertens y a la vuelta, Losing my religion. En los recuerdos intermedios estábamos mi hermano y yo jugando en un pub al pin ball de Indiana Jones y la arcade de Super Mario Bros., mientras nuestros padres tomaban cubatas de Larios en el patio. Creo que la cubitera maravillosa que aún guarda mi madre en su cocina era de aquel pub.
I can’t make you love me, George Michael (1997).
Una de mis mejores amigas y yo estuvimos obsesionadas con George Michael durante muchos años. Lo sabíamos todo de él, habíamos leído su biografía y le entendíamos como nadie. Para nosotras era Georgios (Kyriacos Panayiotus) y protagonizaba casi todas las historias que escribíamos durante las clases de matemáticas. Hablo de una fecha en la que costaba encontrar las letras de las canciones y más aún sus traducciones porque tirábamos de casetes piratas.
Una canción que adorábamos por el sentimiento tan gordo que desprendía y de la que no entendíamos prácticamente nada por falta de vivencias, era I can’t make you love me. Esa canción dice en la primera estrofa:
Lay down with me,
tell me no lies,
just hold me close,
don't patronize,
don't patronize me.
Nosotras la tradujimos como: «Túmbate boca abajo conmigo, no me cuentes mentiras, justo abrázame cerca, no te empadrones, no te empadrones». Y hasta hoy, sigo pensando que dice eso.
Sunshine, Dr. Motte & Westbam (1997).
Este temazo se hizo para el Love Parade de 1997 y cada vez que lo escuchaba manifestaba ser la chica de la peluca naranja. Mi hermano compró el single y lo quemamos. Luego llegaron The Boyz, una boy band alemana que se empezó a poner de moda en Europa. Un amigo de mi hermano tenía su CD importado e hicimos un intercambio temporal por el single de Sunshine.
A esto que viene The Boyz a Sevilla y como me pilla cerca de casa, voy con el CD del amigo de mi hermano para que me dejen pasar a conocerlos. Una vez allí pensé que me lo podrían firmar y entré a El Corte Inglés a robar un rotulador permanente y ya que estaba, un bloc de esbozo tamaño medio que necesitaba para clase. Hice un dibujo en la primera página con el rotulador permanente para que pareciese que era mío y salí con todo debajo del brazo porque robar a los ricos no es robar. Los chavales me firmaron el libreto: hallo! a los cinco, qué guapo Stephane con su ceja rota, ni de coña le devuelvo el CD firmado, adiós al single. El grupo duró tres años y Sunshine consiguió ser eterna.
Imagine, John Lennon & The Plastic Ono Band (1971).
Acababa de comenzar la universidad cuando Estados Unidos declaró la guerra a Afganistán. Por esa razón, salíamos varias veces en semana a la entrada de la facultad y nos dejábamos caer al suelo como fichas de dominó, fingiendo estar muertos hasta que nos devolvían a clase.
Una de las manifestaciones oficiales en contra de esa guerra, terminó con los asistentes sentados en mitad de una de las plazas del centro. Alguien puso Imagine en el equipo de sonido y comenzamos a cantar. Desde el primer momento me pareció una mala idea porque la canción es prácticamente hablada y salvo el estribillo, casi nadie se sabe la letra. Sonó tal que así:
ⁱᵐᵃᵍⁱⁿᵉ ᵗʰᵉʳᵉ'ˢ ⁿᵒ ᶜᵒᵘⁿᵗʳⁱᵉˢ
ⁱᵗ ⁱˢⁿ'ᵗ ʰᵃʳᵈ ᵗᵒ ᵈᵒ
ⁿᵒᵗʰⁱⁿᵍ ᵗᵒ ᵏⁱˡˡ ᵒʳ ᵈⁱᵉ ᶠᵒʳ
ᵃⁿᵈ ⁿᵒ ʳᵉˡⁱᵍⁱᵒⁿ ᵗᵒᵒ
IMAGINE ALL THE PEOPLE
Living life in peace ah, ahhhh, ah, ah, ah
Como todo lo que hice durante mis cinco años en Bellas Artes, estaba totalmente a favor del mensaje y en contra de las formas. También os digo que iba con boina la mitad de los días del primer curso. Fue un período lleno de contradicciones.
Hay que venir al sur, Raffaella Carrá (1978).
Menos mal que viví un poco de los tiempos de prosperidad laboral, que si no jamás habría creído lo que vieron mis ojos durante esos años. Se reservó una discoteca del centro de Madrid para celebrar el fin de año de McCann con una fiesta temática, en la que cada división del grupo haríamos una actuación musical. En mi agencia escogimos esta canción de Raffaella porque éramos los únicos del sur (imbatible reason why) y durante semanas (puede que bastante menos) la ensayamos en el parking del edificio donde teníamos la agencia. Aquel era el lugar ideal para cometer un asesinato pero también para haber muerto intoxicados; la peste de los escapes que respiramos cada medio día nos hizo creer tener la coreografía del vídeo controlada desde el primer minuto y probablemente algo peor.
Yo iba a ser una de las bailarinas y Raffaella, nuestra becaria rubia, pero antes de coger el tren le entró miedo escénico y se puso mala. Tan pronto llegamos a Madrid, mi jefe me mandó a Maty por una peluca rubia que pasamos por gastos. Compré dos por las dudas y varias cosas que brillaban. Durante la actuación, que fuimos casi los últimos, cada uno bailó una canción diferente en su cabeza mientras sujetaban detrás de nosotros una lona de cinco metros de Torremolinos. Mi jefe y uno de mis mejores amigos me levantaron en volandas al terminar la actuación y solo podía pensar en que estaba demasiado sobria como para olvidar aquello. Al final el premio se lo dieron a las Spice Girls.
Danse de chevet, Denis Colin & la Société des Arpenteurs (2011).
Estábamos en Paris y quiso entrar en el FNAC de Les Halles, ese que te obliga a dar vueltas por todas las galerías para poder salir de allí. Nos habíamos enfadado por algo que no recuerdo y le dejé sentado en la moqueta rebuscando en la sección de vinilos, mientras yo miraba libros de diseño que no hubiera en España. Al final me llevé Un croissant à Paris y una mierda diseñada con la forma de una Coca-Cola que tenía recetas hechas con ella.
Uno de los vinilos que compró fue el de Denis Colin & la Société des Arpenteurs, un disco de jazz en directo. Ahora cada vez que escucho Danse de chevet, me lleva durante los casi ocho minutos que dura a la moqueta asquerosa de aquel FNAC parisino, que hasta puedo oler a esa hija de la gran puta.
True Sorry, Ibrahim Maalouf (2013).
Hemos llegado a la canción a la que más pertenezco de todas. Era primavera, rompieron conmigo una semana después de conocer que le habían detectado un cáncer a mi padre. Estaba sin apenas trabajo, tenía que empezar a hacer cajas y buscar un sitio donde poder mudarme con los ahorros, mientras mi ex se iba a superar su propia ruptura parando en el lago Ness. Visité a mi médico de cabecera semanalmente porque me dolía muchísimo el estómago y su diagnóstico, cada vez, fue mandarme a relajar. En esas, busqué a los artistas del cartel del festival Jazzaldia de aquel verano y como no podía ir, hice una playlist con sus canciones. La que más escuché fue True Sorry. Después de firmar el alquiler del piso inclinado en el que viviría durante los siguientes cuatro años, fui con mi perrito a ver el mar y tan pronto pisamos la arena, comenzó a quejarse de los oídos. Llevé a Panchito a un veterinario de la zona, que no conocía en absoluto y era experto en caballos. Ese señor le diagnosticó una otitis y no me preguntéis por qué, le metió el dedo en el culo y le tocó los huevos. Mientras mi perro me miraba como diciendo «qué coño pasa aquí, madre», el veterinario me invitó a tocarle los huevos también. Resultó que tenía cáncer.
Cuando fui a hacer el enganche del agua del nuevo piso, me di cuenta de que el DNI estaba caducado y tuve que renovarlo tan de urgencia, que en la foto estoy recién llorada porque no me dio tiempo a fingir. Diez años sonriendo con la boca pero no con los ojos en el DNI. Lo renuevo el mes que viene.
Tan pronto nos mudamos Panchito y yo, le quité los huevos y pudo recuperarse al fresco del suelo del piso inclinado, mientras seguía escuchando True Sorry al menos una vez al día. Dos meses después me ingresaron y operaron del intestino porque esos dolores no eran estrés sino enfermedad de Crohn. El intestino me había reventado.
Cuatro años después, intenté darle nuevos recuerdos a la canción y la incluí en un ejercicio de clase de ilustración para que mis alumnos trabajasen con ella. Se lo curraron tan poco que fue imposible escucharla sin volver a la ruptura, los cánceres, la mudanza, la ileostomía y los huevos de mi perro.
Don’t look back in anger, Oasis (1996).
Ver el Cheese-Rolling de Cooper's Hill siempre fue uno de mis sueños y me llevó allí para celebrar nuestro primer aniversario. Como era una sorpresa, subí la colina caminando kilómetros bajo la lluvia entre vacas, zarzas y moñigas con unos mocasines y un little black dress divinos. Terminé de barro hasta el cielo la boca pero mereció la pena.
Cada vez que cuento esto lo primero que se me dice es «¿te tiraste?», asumiendo que estoy tan loca como para hacerlo. La pendiente tiene más de 180 metros y una inclinación de 45 grados. Dicho de otro modo, es una colina que te duele incluso sin hacer nada porque tu cuerpo nunca está recto. Estoy loca, pero no así de loca.
También era el primer aniversario del atentado en Manchester donde murieron varias personas durante un concierto de Ariana Grande y el maestro de ceremonias pidió un minuto de silencio. Cuando terminó, comenzó a sonar Don’t look back in anger y la cantamos entre las cuatro mil personas que estábamos allí. Esta sí se cantó bien porque todos eran ingleses y entendían la letra. Aplaudimos y el maestro de ceremonias lanzó el primer queso de 4 kilos colina abajo. Mientras el Double Gloucester rodaba a más de 100 kms/hora, cientos de dementes sobre excitados se lanzaron tras él, fragmentándose unas cuantas clavículas en el intento. ¡Qué día tan bueno!
Pájaros de barro, Manolo García (1998).
Sin haber sido mucho de discotecas se dio que cerré unas cuantas durante los dos miles y ahí que se popularizó en Sevilla echarte de ellas con Pájaros de barro. Es escuchar las palmas sordas y pensar que me tengo que ir en busca de la chaqueta, para salir del sitio en el que estoy lo más dignamente posible. Justo lo que estoy haciendo ahora.
Cosillas
🤘🏻
editó la antología definitiva de Ramoncín.
😬🔫
De cómo el principio del fin comenzó con Gal Gadot reuniendo a celebrities para cantar Imagine.
💐
Lydia Bernsmeier-Rullow fue quien convirtió una canción de Oasis en un símbolo de resiliencia.
📼
Heidi es DJ de hard rock y un día le dejan un vinilo que despierta en ella algo que la desestabiliza. The Lords of Salem está llena de brujas malísimas.
🧀🌀
Diana Smart hizo durante los últimos cuarenta años el queso Double Gloucester del Cheese-Rolling. Continúa el legado su hijo.
❤️ Abracito gordo, Nazaret.
"No te empadrones" 🤣🤣🤣
Cuánto me ha gustado, como siempre. Qué bonito lo de los ojos en el DNI y la sonrisa fuera de él